Ejecutivos discuten cómo los artistas, incluido Bad Bunny, han llevado al territorio a tener una influencia tan grande en la industria.
Cuando Bad Bunny recibió el premio Grammy al mejor álbum de música urbana en febrero, se lo dedicó a “Puerto Rico, la cuna y la capital del reggaetón en el mundo entero”. El superastro no fanfarroneaba. El Estado Libre Asociado de Puerto Rico es diminuto. Según el censo más reciente de Estados Unidos, la isla de 178 por 62 kilómetros (111 por 39 millas) — aproximadamente un tercio del tamaño de la vecina Haití y una quinta parte del tamaño de la República Dominicana — tiene apenas 3,2 millones de habitantes. Sin embargo, cuando se trata de música, Puerto Rico es un gigante en el mundo, y no solo por los logros sin precedentes de Bad Bunny en los últimos tres años.
“Puerto Rico ha sido uno de los principales exportadores de música desde hace décadas”, dice Paco López, fundador y presidente de la promotora de conciertos No Limit Entertainment. “Somos muy pequeños en términos de territorio, pero muy grandes en talento”.
La enorme influencia de Puerto Rico se puede palpar a lo largo de la historia de la música latina en la obra de Héctor Lavoe, Willie Colón, Ricky Martin, Elvis Crespo, Marc Anthony y Jennifer Lopez, así como en la ola actual de música urbana. Aunque el reggaetón se originó en Panamá, se volvió mundialmente popular gracias a artistas puertorriqueños como Tego Calderón, Daddy Yankee, Wisin & Yandel, y Don Omar, y ha alcanzado nuevas alturas gracias a debutantes como Bad Bunny y Rauw Alejandro.
Ese impacto en la industria de la música no se limita a los artistas. Puerto Rico es la base de operaciones de un creciente número de estudios de grabación, sellos discográficos independientes y salas de conciertos que cuentan con el respaldo de un creciente número de escuelas de música, iniciativas educativas e incentivos gubernamentales que hacen que la industria siga evolucionando en la isla
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